El próximo 5 de octubre saldrá a la venta ‘Humanoid’, tercer y nuevo álbum de uno de esos proyectos cuyo éxito quedará siempre como un enigma más entre tantos otros misterios. Si alguien tenía alguna duda al respecto, aquí está la prueba: lo infame, también vende.
¿Qué sería de Tokio Hotel sin la revolución hormonal de unos adolescentes desorientados? Estos últimos se buscan, experimentan demasiado poco y, a pesar de estar convencidos de lo contrario, sus gustos estéticos, impuestos por la televisión, la radio o revistas, dejan muchísimo que desear.
Confunden ‘rock’ con ‘sonido prefabricado’, ‘arte’ con ‘publicidad’ y se autodefinen equivocadamente como emos, sin embargo un movimiento de finales de los 80 que nada tiene que ver con la arrtificialidad de esas bandas que ellos escuchan, léase My Chemical Romance, Fall Out Boy, Paramore o los mismísimos Tokio Hotel.
Quizá esos jovenzuelos liderados por Bill Kaulitz, un vocalista andrógino de peinado insoportable, hayan vendido millones de copias por el mundo entero y recibido innumerables recompensas pero ¿desde cuándo es ello un criterio fiable a la hora de distinguir el bien del mal?
DISCOS COMO CHURROS
Incluso los propios componentes del cuarteto parecen sorprendidos por el éxito que están viviendo:
"Siempre hemos querido hacer música, tocar en directo. Pero nunca se nos ocurrió pensar que se podía hacer realidad. Es una pasada lo que nos está pasando".
Mientras la gran mayoría de sus seguidores divulgan innumerables odas al suicidio a través de blogs cibernéticos, se autorretratan tristes y deprimidos con la cámara digital de sus padres, Tokio Hotel están a punto de terminar el que será el sucesor de ‘Zimmer 483’. Según palabras del productor David Jost, el estratégicamente titulado ‘Humanoid’ por su nombre internacional, tendrá “raras influencias provenientes de la ciencia ficción” con canciones “fuertes, oscuras y llenas de guitarras”.
Tres álbumes (y sin contar ‘Scream’) en apenas cuatro años. Los responsables de la supervivencia del grupo parecen haberse dado cuenta. Hay que darse prisa, exprimirles hasta la última gota antes de que sea demasiado tarde… antes de que esta moda tan artificial como efímera muestre sus primeros síntomas de debilidad.
Porque Tokio Hotel no es una cuestión de amor hacia la estética sino una simple aventura pasional con la economía del imperio discográfico.
¿Qué sería de Tokio Hotel sin la revolución hormonal de unos adolescentes desorientados? Estos últimos se buscan, experimentan demasiado poco y, a pesar de estar convencidos de lo contrario, sus gustos estéticos, impuestos por la televisión, la radio o revistas, dejan muchísimo que desear.
Confunden ‘rock’ con ‘sonido prefabricado’, ‘arte’ con ‘publicidad’ y se autodefinen equivocadamente como emos, sin embargo un movimiento de finales de los 80 que nada tiene que ver con la arrtificialidad de esas bandas que ellos escuchan, léase My Chemical Romance, Fall Out Boy, Paramore o los mismísimos Tokio Hotel.
Quizá esos jovenzuelos liderados por Bill Kaulitz, un vocalista andrógino de peinado insoportable, hayan vendido millones de copias por el mundo entero y recibido innumerables recompensas pero ¿desde cuándo es ello un criterio fiable a la hora de distinguir el bien del mal?
DISCOS COMO CHURROS
Incluso los propios componentes del cuarteto parecen sorprendidos por el éxito que están viviendo:
"Siempre hemos querido hacer música, tocar en directo. Pero nunca se nos ocurrió pensar que se podía hacer realidad. Es una pasada lo que nos está pasando".
Mientras la gran mayoría de sus seguidores divulgan innumerables odas al suicidio a través de blogs cibernéticos, se autorretratan tristes y deprimidos con la cámara digital de sus padres, Tokio Hotel están a punto de terminar el que será el sucesor de ‘Zimmer 483’. Según palabras del productor David Jost, el estratégicamente titulado ‘Humanoid’ por su nombre internacional, tendrá “raras influencias provenientes de la ciencia ficción” con canciones “fuertes, oscuras y llenas de guitarras”.
Tres álbumes (y sin contar ‘Scream’) en apenas cuatro años. Los responsables de la supervivencia del grupo parecen haberse dado cuenta. Hay que darse prisa, exprimirles hasta la última gota antes de que sea demasiado tarde… antes de que esta moda tan artificial como efímera muestre sus primeros síntomas de debilidad.
Porque Tokio Hotel no es una cuestión de amor hacia la estética sino una simple aventura pasional con la economía del imperio discográfico.
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